domingo, enero 21, 2007

Mi pasión por Julio

Leo tardíamente un post de Jean Francois Fogel en El Boomeran(g) acerca de una exposición abierta en estos días en París sobre el genial escritor argentino, e inmediatamente caen sobre mí las memorias de algo que pasó apenas ayer: mi irremisible enamoramiento de Cortázar.

Eran sin duda los años sesenta. Pudo haber sido antes, pero todos los que vivimos aquella época de revueltas juveniles, de revolución sexual, de conquistas de derechos civiles, etcétera, siempre veremos cómo se alzan dorados y luminosos los recuerdos de todo lo que nos es querido, asociados a esa década prodigiosa.

Entré una tarde a la librería de la trece calle y la dependienta sacó de las estanterías un par de libros que me entregó sin comentarios. Eran Final de juego e Historias de cronopios y de famas, de un tal Julio Cortázar, desconocido para mí hasta ese momento.

Debo aclarar, en mi descargo, que desde 1954 pasábamos por grandes carencias de libros porque vivíamos bajo el ojo avizor del anticomunismo, que desconfiaba de la palabra escrita, característica notoria de regímenes tiránicos dispuestos a aplastar la libre expresión por todos los medios. La invasión planeada por la CIA y disfrazada bajo el nombre absurdo de ‘Liberación’ tuvo como consecuencia, además del asesinato y la persecución a los que me referiré otro día, una vergonzosa quema de libros en el Parque Central.

Desaparecieron de los anaqueles los libros sobre filosofía y sociología; por supuesto, todo lo relativo al pensamiento de izquierda, no importa cuán inocentes fuera. Los libros de tapas rojas eran vistos con grave desconfianza por los funcionarios aduaneros. Fue publicado el Libro negro del comunismo en Guatemala en cuyas infames listas aparecía mi padre, que era de izquierda mas no comunista, con una errata que lo hacía llamarse Ovidio Bodas Corzo. Afortunadamente mi padre murió el uno de enero del 55, de manera que se libró pronto del reinado de terror instaurado por Estados Unidos en connivencia con los milicos y la oligarquía nacional.

En fin, que en mi vida apareció Julio Cortázar, y despertó en mí una pasión desenfrenada. Entre aquellos que han hecho la crítica de lo que he escrito jamás ha habido uno que diga ‘aquí está la huella de Cortázar’. Pero está. No sé dónde, ni cómo llega a expresarse, pero mis más íntimas fibras de escritora dan fe de aquel pasar tembloroso por las librerías, a la espera de otro libro de Julio.

Con la ansiedad de enamorada que no sabe si encontrará o no esa tarde al objeto de su pasión, entraba yo a las librerías y las esculcaba despacio. Así quedó en evidencia, para los dependientes y los dueños, que esperaba a Cortázar, y en cuanto llegaba un ejemplar lo guardaban para mí.

Reuní sus libros y aún ocupan un lugar especial en la biblioteca, en el primer anaquel, a la entrada, en el cuarto estante, a la altura de mis ojos. Cada vez que busco algo de Julio no dejo de sentir una oleada de furia contra el imbécil que se llevó de la casa las primeras ediciones –que deben haber sido las únicas-- de La vuelta al día en ochenta mundos y Último round, dos libros inusuales y bellísimos que Cortázar fue armando con todo cuidado, con Julio Silva, responsable de su esplendor arquitectónico y visual. Me consuelo manoseando el ejemplar de La prosa del observatorio.

Una copia del retrato que Sara Facio le hizo en 1967, cuando no conocíamos aún el peligro del tabaco y lo disfrutábamos sin remordimientos, está adosada con una chinche al rectángulo de corcho donde viven un retrato de Monteforte, la reproducción de la portada de un libro de mi marido y otros objetos de culto y adoración.

Le he perdonado que se haya casado con Aurora y con Carol porque mi pasión se refiere a su escritura, extraordinaria, y cuando apareció ese retrato con la muesca en el ceño y el cigarrillo en los labios, me sentí para siempre dueña de Cortázar. Siento una secreta simpatía por Aurora, no así por la Dunlop, y nunca he podido explicarme esa actitud irracional, pero así son los sentimientos.

5 Comments:

Blogger Ángel M. Felicísimo said...

Es bonito construirse a sí mismo, poco a poco, con sentimientos como este. A mí me pasa con la prosa de Borges, qué le vamos a hacer.

1:12 p. m.  
Blogger lu! said...

Y yo deseando que el Te quiero de Benedetti, sonara para mi, pero comprendo que solo talvez deba buscar algo o alguien que se le asemeje...

besos y saluditos...


lu!

6:12 p. m.  
Blogger Pedro J. Sabalete Gil said...

Amiga, Cortazar es mucho Cortazar. A mi me dejó tocado y hundido con el relato Casa tomada.
Me recordó que le tengo una deuda a D. Julio y que habré de hacerle hueco en mis lecturas para saborearlo como el mejor de los vinos.
Mujica Lainez es otro de mis preferidos.

Saludos de ambos.

8:01 a. m.  
Blogger Rat said...

Julio Cortázar, mártir de la serpiente emplumada. Vocero luengo de eso, eso mismo que dices pero que nunca dices: una huella. La cosa que escondes hasta de tus propios secretos, eso también es Julio. En última instancia, hay gente que piensa que es hasta la serpiente misma. Pero eso, claro está, ya es una exageración.


[Abrazo]
Ps: gracias por las puertas recordadas (Un tal Lucas, Salvo el crepúsculo, Imagen de John Keats, etcétera), por suerte el asedio continúa

8:03 a. m.  
Blogger Fiamma said...

... te comprendo perfectamente!!! ... ;)

2:00 p. m.  

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