lunes, abril 09, 2007

Chulamar, 1971

En semanas anteriores había estado en la cárcel. Afortunadamente, era el año de 1971, cuando aún se apresaba a las personas. No es que no se las matara en número suficiente, es que a algunas solo se las apresaba. Unos cuantos años más tarde se las desaparecía, como sucedió con Luis de Lión. O se las ametrallaba en la calle, como fue el caso de Irma Flaquer. Pero estábamos en 1971, para mi suerte.

Algún otro día voy a contar los sucesos de la detención y de la carceleada pero ahora lo que he recordado es cómo mis hijas y yo llevamos de paseo al mar a algunos miembros de la policía judicial, la tenebrosa institución que se encargó de ralear las filas de la inteligencia guatemalteca desde aquel desgraciado año de 1954, cuando comenzó nuestro calvario nacional como consecuencia de la guerra fría llevada a cabo en territorios ajenos a la URSS o los EEUU, los enfrentados en lucha por la hegemonía mundial.

Guatemala, como muchos otros países, solo puso los muertos.

En fin, como yo era una peligrosa delincuente, quedé bajo vigilancia al salir del bote. En el supermercado me topaba a cada rato con algunos de aquellos individuos que, vestidos de negro, camisa blanca y corbata meticulosamente manchada de comida, hicieron las delicias de nuestra generación. No era una sorpresa, sino una confirmación. Mi automóvil, la Schatzka, me los mostraba por el retrovisor: un vehículo oscuro, sin placas de circulación, en el que se desplazaban los judiciales que me seguían para verificar mi conexión directa con Moscú.

Harta de andar con semejante cola se me ocurrió irme al mar un día. No era fin de semana, de manera que mis sombras no podían suponer que salía de paseo con mis hijas. Y cuando enfilé hacia el Puerto de San José deben haberse regocijado pensando que me sorprenderían haciendo contacto con algún submarino soviético que el tenebroso ministro de gobernación de turno no había detectado.

Llegamos al balneario de Chulamar, alquilamos una caseta, nos pusimos el traje de baño y comenzamos a caminar por la playa, recogiendo conchas y caracoles, ocupación tranquilizante si las hay. Llevábamos años de andar recorriendo playas y conocíamos los secretos para evitar insolaciones y deshidrataciones. Usábamos sombreros y t-shirts, además de ir armadas de la impepinable crema Nivea.

De tanto en tanto nos metíamos al agua y regresábamos a la caminata. Fueron cuatro kilómetros en una dirección, y otros cuatro kilómetros de regreso. Con los chapuzones y la recogida de conchas tardamos poco más de tres horas bajo el sol tropical, refrescándonos entre las olas que lamían con su blanco y siseante encaje el negro de la arena volcánica y con el soplo de la brisa.

A ratos y con gran disimulo, veía en dirección de la parte alta de la playa, por donde brincando como saltamontes moribundos, hacían su obligado paseo los judiciales. Poco a poco se fueron despojando de algunas mortuorias prendas. En esa cresta de arena hay poquísimas palmeras y apenas unos arbustos playeros que más bien reptan. Mis hijas, que eran pequeñas y no estaban conscientes del seguimiento, vivían entusiasmadas el día en el mar a media semana.

El calor debe haber sido infernal en el lugar por donde avanzaban penosamente los policías que no llevaban, como nosotras, botellas de refresco. Aún ahora puedo imaginar sus insultos y las imprecaciones a medida en que el sol se alzaba en el cielo.

Hacia el mediodía regresamos a la caseta, situada entre cocoteros y otras plantas maravillosas. Abrimos nuestra canasta y nos sentamos bajo la sombrilla a tomar el almuerzo. Después, mis hijas se aposentaron en la sombra, enroscadas en sus sillas playeras para hacer la siesta. Yo, con el achaque de ir a limpiar algunos cacharros, me acerqué al punto donde ya sin gran disimulo cuatro hombres con el negro pantalón remangado se retorcían entre quemaduras y piquetes, fiebre y dolor. Siempre atentos –- en la medida en que su estado de salud se los permitía-- a que yo sacara el transmisor y me comunicara con el submarino moscovita.

Esa noche dormí como los ángeles.

8 Comments:

Blogger BAO said...

Excelente.

Lo he disfrutado mucho.

Belkys A.

8:10 a. m.  
Blogger lu! said...

Jajaja, deplano el submarino no llego a tiempo para que ellos te pudieran atrapar!

Me encanta esa descripción, creo que hasta conosco a tus hijas, así, pequeñas...

Saluditos!

7:38 p. m.  
Blogger Pedro J. Sabalete Gil said...

Genial. Divertidísima la ironía. Qué sin sentido esas persecuciones que ven fantasmas en todos lados.
Maravillosa la manera en la que conviertes una situación desasosegante en una incursión relajada y playera (para ustedes, claro).

Saludos.

2:11 a. m.  
Blogger charakotel said...

Pude ver toda la escena con tan magnífica descripción -ojo, que no utilizo ningún estupefaciente-

Saludos fraternales, señorona!

5:39 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Cuando se escriben los recuerdos parecen eventos de hace una semana. Gracias por volvernos rapidamente a esos anos, aciagos algunas veces, pero plenos de esperanza como ahora. 1971, tiempo formidable, en que muchos salimos graduados de nuestra Escuela Central de Comercio, la de la 9a. Avenida,gracias tambien por refrescar a Luis de Lion ("El Vuelo de la Alondra, cuento corto, humano y fantastico ). Quien se iba a imaginar que empezaron apresando, luego matando a mansalva y despues perdieron todos los escrupulos perfeccionando el sufrimiento de todos con los desaparecidos. Muchos saludos,
Ed

11:01 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Mil disculpas, el nombre del cuento es "El Vuelo de la Jacinta" de Luis de Lion. Se lo preste a un amigo peruano y lo acabo de recuperar despues de cinco anos. Salud!
Ed

11:12 p. m.  
Blogger Mónica Lima Quinto said...

Excelente y ... buena lección se llevaron por querer verle tres pies al gato o como decimos "micos aparejados"

3:39 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Outstanding story there. What occurred after? Good luck!


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12:56 a. m.  

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