La felicidad
Hay por ahí una fotografía de hace ya varios años en la
que aparecen mis hijas acompañadas por sus respectivos esposos, apiñados todos
en un sofá bajo un cuadro redondo, rojo todo él, de Ramírez Amaya. Creo que en esa época trabajaba yo en la
revista Crónica. La fotografía fue tomada por mí y muestra a seis jóvenes
sonrientes. Para mí aquella época fue
Camelot.
Aquellos jóvenes han
cambiado. Algunos más que otros, o tal
vez ya estaba en ellos la génesis de lo que ahora son y no nos habíamos dado
cuenta; sin duda, ya no es posible regresar a Crónica. De manera que mi
felicidad, el día de hoy, es algo basado en realidades diferentes.
Esta
mañana, mi empleada mostró un gran asombro porque alguien le dijo que la
delgada mujer que muestra una fotografía en nuestro dormitorio era yo. Y
comentó algo sobre mi buena apariencia en ella y asentí, mientras pensaba cuán
infeliz me sentía en la época en que fue tomada.
Soñé esta
noche pasada con mis hijas. Vivíamos todas juntas como cuando eran solteras, y
en la casa había unos gatitos de distintos colores, juguetones y amables, que
corrían por todos lados. Cualquier psicólogo que lea estas líneas sonreirá
internamente pensando en que el sueño explícito está en relación exacta con el
símbolo de los gatos pequeños y amorosos.
Y es que, ciertamente, mis hijas han
sido fuente fundamental de felicidad en mi vida. En primer lugar, fueron lo que son todos los
niños del mundo: motivo de asombro, de alegría, de contento físico al
abrazarlas, de orgullo materno al verlas crecer. Luego, fueron anclas poderosas en el momento
de las mayores tempestades del país, cuando parecía que íbamos a hundirnos en
un mar de sangre.
A su debido
tiempo se fueron de la casa y regresaron con otros niños entre sus brazos, con
lo cual mis niveles de alegría han subido a cotas altísimas.
En estos
días, unos ramalazos de felicidad me azotan —porque creo que la felicidad no es
un algo sostenido, sino una especie de leit motiv que está latente siempre en
la pieza total— cuando María
Cristina o Alejandro aparecen en la pantalla de la computadora y puedo hablar
con ellos, aunque estén en Israel, en un kibbutz cercano a Haifa probando sus
alas jóvenes.
Y si los
otros nietos se instalan en la casa, el sentimiento es el mismo, y hay que beberlo
lentamente y saborearlo, porque ya se sabe, los adolescentes pasan más tiempo
con sus amigos que con la familia.
Amigos.
Tengo los mejores. Siempre he tenido amigos muy queridos; inteligentes,
cariñosos y transparentes. Hay por ahí una que otra personalidad oscura, pero
que en medio de sus contradicciones también me tiene afecto. Jamás me han
faltado amigos aunque no los vea todos los días, aunque unos estén en Milán y
París y Nueva York y Tuscaloosa; en Miami, en México, en Viena, en Bogotá, en Medellín,
en Buenos Aires, en Jerusalem, en Lima.
Tengo
amigos en Guatemala, afortunadamente. Y me han socorrido en épocas de mala
salud, de depresión o de angustia, que de todo hay en la viña del Señor. Y hubo amigos en el pasado, que se nos han
adelantado y están ahora en algún lado del universo, convertidos en luz o en
algo más hermoso.
Con la
familia y con esos amigos, que son también familia, hemos atravesado toda clase
de momentos y circunstancias: sociales o personales. Y el lazo continúa ahí,
firme y seguro, porque está basado en cuestiones esenciales y humanas.
Claro que
hay épocas negras y aterradoras. Claro que hay momentos en que el alma
pareciera no dar más y amenaza diciendo hasta aquí llego. Son períodos densos, en los que el espíritu
se entierra y permanece allá abajo durante cierto tiempo, para enraizarse,
tomar fuerza y surgir de nuevo buscando el aire.
Por lo
demás, el tiempo pasa mansamente, y en días
como este, me doy cuenta de que poseo una ventana desde la que veo mucho
verde, retazos de ciudad, las montañas del Oeste, unas cuantas nubes desperdigadas
por el cielo. El día se anuncia tranquilo porque es domingo. Y mi gato, como si
supiera que es fiesta, llega, se instala bajo el suave sol de las siete de la
mañana y comienza a dar zarpazos rasgando el ambiente cristalino y dorado.