Biblioteca
La escritora fue
contratada para hacerse cargo de la Biblioteca Nacional del país, y aceptó el
cargo con una ilusión inmensa. Desde hacía años veía el deterioro en que venía
cayendo la institución que, otrora, fue el centro de una riquísima actividad
cultural, además de constituir el lugar en donde los jóvenes estudiantes y un
público frecuente y variado, leía durante horas y hacía acopio de unos
conocimientos importantes. Iba dispuesta a rescatar la Biblioteca. E
ingenuamente así lo dijo a un periodista que llegó a entrevistarla.
Existe una ley
en Guatemala que obliga a todo aquellos que editen libros enviar dos ejemplares
de cada uno a la Biblioteca Nacional. Pero alguno de los directores de años
pasados envió a todas las editoriales del país una circular donde les pedía no
mandar más libros a la Biblioteca ‘porque ya no hay espacio donde ponerlos’. Por supuesto, una mentira. La Biblioteca, aunque
ello no se vea más que desde la sexta y séptima calles, ocupa nueve pisos. La
mayoría de ellos vacíos.
No sé por qué
se impidió que los nuevos libros llegaran a la Biblioteca. Como me dijo un
albañil cuando alguna vez le señalé
algunos errores terribles en una construcción al lado de mi casa: ‘cada cabeza
es un mundo’.
En fin, que la
escritora llegó y se dio cuenta de que la Biblioteca Nacional funciona aún
porque la mayoría de sus trabajadores verdaderamente le tiene apego a la institución. No están allí por los salarios
que ganan. Cuando se enteró de aquellos sueldos, a la escritora le dieron ganas
de llorar.
Constató que
hay algunos extinguidores en algunos lugares del edificio. Inquirió sobre
cuándo habían sido llenados por última vez y se enteró que nadie lo sabía. Ya habían
olvidado la fecha, por lejana. Pidió el presupuesto y se dio cuenta de que era imposible
mantener aquella institución con los escasísimos recursos que se anotaban en el
cálculo aprobado por el Congreso, que no cumplido.
De hecho, la
escritora llegó a su cargo en septiembre del año pasado, y cuando a fin de mes
le tocó firmar el informe financiero de rigor, ya conocía la suma total
asignada por el Ministerio de Cultura, y
por lo tanto ‘gastada’, era de cero. Lo mismo sucedió en octubre, noviembre y
diciembre. Cuatro informes por valor de cero quetzales cada uno.
En el
Ministerio, se enteró, hacían malabarismos para pagar los salarios cada
mes. Creo que se dice desvestir un santo
para vestir a otro.
En realidad no
tenía nada qué hacer en el lugar salvo permanecer sentada en una dura silla
dentro de un despacho sucio y lastimoso. Se iba a dar vueltas por el edificio,
para comprobar que, excepto una sala para niños, organizada con fondos de una
embajada amiga, el resto era desolador. Su jefe, la persona que se encarga de
supervisar el Archivo General de Centro
América, la Hemeroteca Nacional y la propia Biblioteca, pasaba las mañanas sentado
en un sofá del despacho, buscando conversación. Luego de almorzar, salía para
su casa y no se le veía la cara sino hasta el día siguiente.
La escritora
comprobó que con semejante jefe no lograría avanzar en nada. Entonces comenzó a
salir de la Biblioteca para visitar embajadores y directores de misiones internacionales,
amigos con ciertas posibilidades económicas. Gente que estuviera dispuesta a
donar artículos, tiempo, etc. Y lo único
que podía hacer por el momento era armar
un programa cultural que no le costara un centavo a la institución.
Por ahí por octubre,
el jefe comenzó a quejarse de que probablemente iba a ser despedido en enero. A
la directora le dio lástima aquel hombre, ya mayor y aún con cargas familiares
que en realidad, le pertenecen a sus hijos. Se comunicó entonces con la persona
que la había designado como directora y le rogó que conservara al jefe en su
puesto. No se le concedió la petición desde la primera vez que la hizo, pero tanto
insistió, que el puesto del señor que pasaba las mañanas sentado en el sofá del
despacho quedó en firme.
Mientras
tanto, la escritora obtuvo que una compañía guatemalteca le ofreciera formalmente donar
paneles para colgar cuadros para montar exposiciones; que un grupo de
escultoras hiciera lo mismo con pedestales para exhibir esculturas. Escribiéndole a amigos en diversas
universidades del mundo armó un programa de conferencias para todo el año 2013.
Gente de España, de Alemania, de Estados Unidos, México e Italia aceptó venir a
Guatemala. Aceptaron y gestionaron ellos
mismos que los pasajes los donaran las universidades y accedieron alojarse en
la casa de la escritora durante su estancia aquí.
Cuando el jefe
se enteró de aquel programa se escandalizó. No, le dijo, no podemos hacer nada más
que cuatro actividades en todo el año. Ella pregunto por qué y él no supo responder.
La escritora había hablado con algunos empleados de la Biblioteca que estaban
complacidos con el programa cultural que se iba armando y prometieron apoyarla
en todo. Se veían felices, habían perdido las caras largas que mostraban
generalmente. Dejaron de pedir permiso para ir al IGSS al menor estornudo.
En enero, y ya
con todo comenzando a moverse, la escritora fue a la Contraloría Nacional a obtener
su finiquito. Aun con ayuda interna y externa el trámite dura unas tres
semanas. Cuando tuvo el finiquito en sus manos, la escritora corrió a la
Dirección de Recursos Humanos. Era una mañana hermosa, y había pasado a Santo
Domingo a agradecerle a la Virgen del Rosario el poder haber armado al menos un
programa cultural. Mientras tanto, ya se formaba un comité de amigos de la biblioteca que ya
ayudaría en otros menesteres. Ella iba a dirigirse al Congreso para hablar con
los jefes de bancadas a fin de que dotaran de más fondos a la Biblioteca, a la
Hemeroteca, al Archivo General de Centro América.
Ya tenía una
fecha y hora para hablar con los congresistas.
La Directora
de Recursos Humanos la recibió con el rostro fruncido. Hace diez minutos, le dijo, me llamó su jefe.
A él le corresponde despedirla, pero no se atreve. Quiere que yo lo haga, y ese
no es mi trabajo. Yo solo puedo darle una constancia de que trabajó cuatro meses
del año pasado en la Biblioteca. Ya hay una persona nombrada en el puesto, por recomendación
de fulano. El señor que pasa las mañanas sentado en un sofá del despacho de la dirección
de la Biblioteca.
Cuando los
amigos de la escritora se enteraron, se disgustaron un poco, arriaron velas y
se hicieron a un lado. Ni conferencias, ni donaciones, ni nada. La Biblioteca
continúa igual, deteriorándose, vacía, cerrada los sábados, y de vacaciones
desde noviembre hasta enero.
Y allí sigue
el señor, sentándose toda las mañanas en un sofá, porque no tiene nada qué
hacer ni a dónde ir. La escritora pensó que la vida no dejar de ofrecerle
sorpresas. Le dieron un puesto que no había pedido y se lo quitaron sin saber
por qué. O a lo mejor sí sabe, porque recuerda que la nueva directora tiene un
busto generoso, y hay un refrán por ahí que habla de carretas, entre otras cosas.
Me parece.
6 Comments:
¡Qué bueno es tenerte de vuelta! Besos y abrazos, querida abuela.
Aquí en Guatemala hay gente que roba oxigeno, y por gente me refiero a todo aquel político que se llena a manos llenas de riquezas a costa del futuro de toda la nación, por lo menos se rescata la buena voluntad y la lucha que hace héroes que a pesar de todo siguen de pie. Creo que tendré que ponerle el nombre de algún árbol, sí, a usted. ¿alguna sugerencia?
Diablos Ana María! no deja de hacerme un nudo en la garganta ver cómo en este país se desmorona todo, y no porque no haya gente que quiera construir sino que porque tiene más descaro los que se empeñan por destruir. Igual pasó con el Diario de Centro América que tuvo cuatro años de gloria y de las que dos años y medio tuve la dicha de ser parte. Pero siempre para delante Ana María, aunque a veces, estas cosas le roben a uno las fuerzas. Un abrazo!
Valen: póngale el nombe que usted quiera. Es un gesto muy noble y muy tierno. Se lo agradezco
Agustín: no todo se desmorona. Lo que pasa es que los medios solo usan lo escandaloso. Un marciano que viniera a Guate y leyera diarios o viera noticieros pensaría que aquí solo hay asesinos, mujeres encueradas, futbolistas. Pero hay mucho más que eso. Y no tenés idea de cuán feliz fuimos de tenerte en el diario. Donde quiera que estés, siempre dejarás tu huella.
Agustín, y ame fui a leer tu blog. Me encanta! pero, cómo hago para dejar un comentario después de cada post? Me parece que estás construyendo un libro. Te felicito. Viste cómo no todo se desmorona?
Publicar un comentario
<< Home